Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han escalado nuevamente, afectando el panorama económico internacional y generando incertidumbre para exportadores y empresarios de América Latina.
Estados Unidos acusa a China de incumplir un acuerdo económico, el cual incluía la reducción de aranceles y el compromiso de reanudar la exportación de tierras raras hacia territorio estadounidense. Ante la supuesta violación del acuerdo, el gobierno estadounidense ha duplicado los aranceles al acero y aluminio —pasando del 25% al 50%—, una medida que impacta a socios estratégicos como Canadá, la Unión Europea y la propia China.
Este escenario ha provocado la paralización de operaciones en el puerto de Long Beach, uno de los principales puntos logísticos del comercio entre Asia y Norteamérica. Pese a una breve mejora tras la reducción de impuestos el pasado 14 de mayo, las nuevas restricciones y la ruptura del diálogo con China han frenado nuevamente el ingreso de buques, generando preocupación por una posible crisis laboral en la zona portuaria.
Mientras tanto, China refuerza su presencia en América Latina con un mensaje de “estabilidad y orden”, en contraste con lo que califica como la volatilidad de las decisiones de Washington. Un ejemplo concreto es el recién inaugurado puerto de Chancay, en Perú, una infraestructura construida por capital chino que busca posicionarse como un hub logístico regional para los intereses de Pekín.
China también ha logrado avances en sectores estratégicos como energía limpia, vehículos eléctricos y tecnologías de defensa, desplazando a Estados Unidos en varios rubros.
Por otro lado, en Panamá, la huelga en el sector bananero —que afectó a la empresa Chiquita— derivó en más de 4,000 despidos, complicando aún más el panorama para la cadena de suministro global.
Finalmente, en la reciente Cumbre de Seguridad de Asia, líderes europeos advirtieron sobre los riesgos geopolíticos que representa la alianza China-Rusia, haciendo un llamado a reforzar la vigilancia internacional.